Por Gabriela Albónico
La popularidad
como signo de estatus social -y si es mediática mejor- se ha convertido en un
valor. En la temprana infancia y la adolescencia, la vulnerabilidad del niño
hace que muchas veces sienta que si no pertenece al grupo más popular de la
escuela; no tiene existencia social. Este sentimiento genera grandes sufrimientos, ya que el niño no tiene la madurez afectiva,
ni la capacidad cognitiva para relativizar estos valores y ponerlos en cuestionamiento. Confirmar su existencia
social en base a otras pertenencias grupales, donde pueda encontrar un lugar en función de
su personalidad, intereses y afinidades es
parte del aprendizaje social.
Constatar que en un grupo no siempre vamos a ser elegidos, genera frustración. Vivir la experiencia de pertenecer a un grupo y sentirnos cerca de algunos, lejos de otros y rechazados en algunos casos, es un proceso que se hace en la escuela, pero con la contención de la familia. Sostener y contener a estos niños que no siguen los modelos sociales predominantes, que se diferencian, significa ayudar a vivir la experiencia de no ser elegido, como un aprendizaje necesario, y no determinante de nuestro ser social.
Si os padres aportan una intensidad mayor al problema, o no muestran alternativas, el niño queda atrapado en sus sentimientos de inadecuación social.